La escuela insoportable

El nivel de la eduación actual, tema de la columna.
El nivel de la educación actual, tema de la columna.

Columna de opinión del profesor y escritor, Dionel Filipigh.

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Columnita. Dionel Filipigh.

Cuando observo desde el portón de mi casa el paso de los alumnos de primaria y secundaria en soledad y con un aburrimiento notable, mi pensamiento se dirige a aquellas bullangueras salidas de la escuela a donde asistí en mi infancia.

Aquella escuela primaria se componía de tres materias: Matemáticas, Castellano y Desenvolvimiento. En Desenvolvimiento entraba todo: Geografía, Historia, Educación Cívica. Recuerdo el diseño: A primera hora un día Matemáticas y otro día Castellano. A veces una materia en cada hora. Cada hora terminaba con un recreo religioso y que las maestras y maestros respetaban a rajatabla.

Entre las dos primeras horas y las dos segundas, el recreo era largo y entonces nos daba tiempo para jugar a la libertad, a la pelota. Y volver al aula. Cuando llegué a cuarto grado se incorporaron Manualidades –una hora por semana- y Música o Canto –otra hora por semana. Las Manualidades eran hacer algo con las manos. Y era lo único que recuerdo haber llevado para hacer en la casa.

Todos los otros años, cuando terminaban las clases salíamos a jugar hasta volver a encontrarnos al otro día en la escuela y aprender algo. Estimo a la distancia que me quedó – y quizá muchos de mi generación opinen parecido- que daba gusto ir a la escuela. Por supuesto que tuvo que haber otros aspectos que no percibí. Algunas de las cosas que sí percibí y apliqué en la vida fueron las enseñanzas de matemáticas del cuarto grado –actual quinto- cuando aprendimos desde la regla de tres simple hasta cambio de monedas, aplicando las fórmulas del interés simple y del interés compuesto, fue cuando después de 15 años pude resolver los problemas que exigía el Banco para el ingreso.

De todo este tiempo recuerdo que cuando teníamos alguna dificultad, yo particularmente con la multiplicación por dos cifras –en primero superior- llevaba unos ejercicios para practicar. Tengo la sensación a flor de piel que uno esperaba la hora para ir a la escuela. Los actos escolares se hacían el mismo día del acontecimiento y toda la actividad constaba de un acto de tipo artístico y de explicaciones, con la bandera ingresando, el canto del himno y alguno otro canto en conmemoración como para el día del Maestro por ejemplo. La jura a la bandera se hacía de la misma manera. Los de cuarto grado teníamos un lugar destacado en el salón de actos y allí formulábamos el “sí juro”, distinto al blandito “sí prometo” con que se dice “juramento” ahora. Las clases comenzaban en la primera semana de marzo y concluían el último día hábil del mes de noviembre. Y eso era sagrado, porque al otro día mi familia hacía su viaje al campo, donde quedábamos para las llamadas vacaciones.

Y mientras escribo esto, a mi nieta de cuatro años le dieron un papel en blanco con un diseño de la bandera de la Provincia de Formosa para colorear. Con la idea de que la familia debe participar, en vez de ser una actividad para mi nieta, resulta que pasa a ser para sus padres o abuelos. Y yo protesto. ¿Por qué la maestra de jardín no se ocupa de enseñarles a pintar, a trabajar con los chicos en eso? Y me contestó, quizá la maestra no sabe enseñar eso o “tiene muchas otras ocupaciones” y no puede perder el tiempo en eso. Mi nieta quiere pintar, porque a los niños les gusta tener actividades, y entonces ¿por qué no las realizan en el jardín? No resulta lo único y a fuer de la extensión de lo que se escribe, precisemos dos cosas: Es vox populi pero no necesariamente “vox dei” que hubo un deterioro en el aprendizaje y que esto se debió al tema “educación”. Todos se “plaguean” de que los alumnos y alumnas no estudian, no aprenden, no se dedican, no saben leer y ante tal “adagio popular” a nadie se le cae una verdadera idea de “cambio”.

Mientras escribo esto recuerdo que ayer hubo “paro docente”. Indagada mucha gente por la razón del mismo, no encontré muchas respuestas que mínimamente satisficiera la curiosidad. Pero recorriendo la ciudad encontré un escrito en un “Jardín de Infantes” que expresaba que no iba a haber clases porque había paro docente. En realidad el escrito demuestra el deterioro. Clases habría, porque las clases no estaban suspendidas. ¿Qué hubiese ocurrido si los padres de los alumnos de ese Jardín de Infantes decidieran por un acto colectivo imaginario enviar a sus hijos a la escuela? ¿Los mandarían de vuelta? Es casi seguro. Pero si obsesivamente los padres decidieran que sus hijos deben quedar en el Jardín ¿qué podría ocurrir? Por supuesto que el paro docente no es la justificación. Esa es una herramienta de lucha sindical, pero no responsabilidad escolar. Pero no hubo un tumulto de padres reclamando por la educación en la escuela. Se ha establecido hasta como obvio que el “paro docente” equivale a “suspensión de clases”. Y entonces arranca el “recuperatorio” de los días no trabajados que hasta para el Ministerio de Educación significan días no contabilizados como de “clases” de los “180” o más que “se deben dictar” y entonces las clases terminan casi con el brindis de Navidad. Todas estas torpezas no existían en mi escuela de hace 60 años. Algo habrá ocurrido. Sería bueno repensarlo. Dixi.

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